miércoles, 29 de abril de 2009

Santander

Llueve manso, apesadumbrado. Lloran los magnolios y los niños miran con nostalgia los charcos, encadenados a las faldas plisadas de sus madres. Lloran los adoquinas y en su rostro pisado se adivina el cielo blanco sucio como la panza de una vaca. Los hombres se esconden erguidos bajo paraguas negros, apretando el diario contra el pecho, y las mujeres juntan las rodillas. Santander, me odias, te odio, pero te echo de menos. Santander, tus cuarentonas con mirada caída de niña bien, la bahía como corazón de agua envolviendo las caderas de una dama dormida que esconde su vejez tras la gasa de la bruma perenne; tus niños como merengues; tus cuestas inacabables; la luz que se refleja desde la Montaña; el sur donde está el Norte y el Norte quién sabe dónde... Santander, que escondes lo que brilla más que tú y estrangulas lo que chilla.

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