martes, 14 de abril de 2009

John & Miles

Conocí a John a través de una novia, ella me lo presentó. Era una oscura tarde de domingo y el bajo de 'A love Supreme' parecía marcar el paso de las nubes. Hablaba un idioma nuevo para mí y apenas le entendía nada en un principio pero me hipnotizó su presencia, sinuosa y elegante. Profunda y lacerante. Tenía algo de desamparado pero su mirada era fiera, irreductible. Nos costó pero terminamos siendo amigos, aunque tardamos años, dos o tres diría yo, en pasar del encuentro ocasional al abrazo verdadero.
Gracias a John conocí a Miles. John era oscuro y profundo como el mar y ni él mismo se conocía. Miles era todas las olas y lo sabía. Curiosamente también era domingo cuando conocía Miles, en esta ocasión era por la mañana, probablemente a mediodía. Estaba, solo, demasiado solo, leyendo el periódico cuando escuché a John en la radio. Su saxo subía los peldaños de 'A kind of Blue' guiando los pasos de Miles. Cerré los ojos y dejé caer al suelo el diario que se esparció por la habitación volando raso. La música se escurrió bajo la ropa y me fue desnudando, arrancándome lentamente todas las capas que cubren el alma.
John y Miles entraron despacio, diríase que sigilosos, pero abrieron todas las puertas y ventanas de la casa, arrancaron las cortinas y la luz entró a borbotones, encendieron una a una todas las luces posibles; abrieron todos los libros, desparramándolos por las camas y leyendo a gritos por la ventana las primeras líneas de todos los libros; descorcharon una botella de champán olvidada en un armario, hicieron bailar a las lámparas. Todo empezó a girar, la vida entera giraba en torno a ellos... Y vi la luz que se esconde al final del laberinto del jazz. Y ya nada fue igual.

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