domingo, 19 de abril de 2009

Las deudas invisibles

Una sombra difusa atravesó el rostro de Mohamed (digamos que se llama así), que apretó las mandíbulas masticando un murmullo. ¿Qué te ocurre Mohamed?, pregunté ante el repentino cambio de semblante de mi acompañante. ¿Te puedes creer que no me saluda?, dijo casi sin prestarme atención. ¿Quién? Ese 'picoleto', dijo señalando a un cincuentón distraído que hacía cola con su carrito a rebosar en la cola de un supermercado.
Hace ya unos años, cuando Mohamed no era el que yo conozco hoy, se ganaba la vida cruzando el Estrecho con nocturnidad y alevosía para abastecer el mercado español de hachís. Un negocio arriesgado (bien lo sabe él que pasó un tiempo a la sombra) pues al delito le sigue la secuela: cobrarlo, generalmente en la Península, algo tan ilegal como el propio tráfico de hachís.
En una de estas, poco antes de una Navidad, Mohamed volvía de cobrar un trabajito de algún lugar de Málaga de cuyo nombre no puedo acordarme, con los fajos de billetes adheridos al cuerpo y la tranquilidad de quien lo ha hecho muchas veces. Pese a la experiencia en cientos de pases, algo, no sabe qué, olió mal a los agentes de la Guardia Civil del Puerto de Ceuta que descubrieron el dinero. Con Mohamed cayó también un compañero de fechorías, el primero en entrar en el cuartillo de los retenidos. Camino del registro, Mohamed encontró la oportunidad de jugar una última carta.
Si me dejas ir te dejo 300.000 pesetas en esa papelera, para que tengas una buena Navidad, le susurró al policía. Éste cerró el trato con una mirada y Mohamed siguió libre su camino. Pero cumpliendo sólo parte del trato.
"Le dejé sólo cien mil, dice riéndose, "y ahora el tío ni me saluda".
Nunca te fíes de un mercader árabe, mercadee con lo que mercadee.

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