martes, 24 de febrero de 2009

lunes, 23 de febrero de 2009

miércoles, 18 de febrero de 2009

De columnistas y matones

El artículo de opinión es un arte de difícil manejo. El columnista, en especial el que tiene la dura y a menudo estéril tarea de aportar su opinión a diario, ha de manejarse con tiento y soltura. La opinión ajena resulta a menudo estomagante. Sólo unos pocos consiguen tener el cuchillo del ingenio siempre afilado como el ensayista británico G. K. Chesterton; y muy pocos son capaces de impartir clases magistrales en doscientas líneas como hacía cada lunes Manolo Vázquez Montalbán.

Es difícil encontrar un columnista genial. Son eslabones perdidos en una maraña de tertulianos y matones de a duro la palabra. No es un encargo sencillo. El columnista es ese ser responsable de levantar un armazón argumental entorno a un asunto sobre el cual el lector probablemente no tenga aún una opinión formada. Esto es, crear opinión. Y es que como decía el antes citado Chesterton “el periodismo consiste esencialmente en decir ‘Lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo”. Y, si se tercia, juzgar a Lord Jones.

En lo que se refiere al panorama local, Ceuta puede presumir además de tener, en mi modesta opinión, dos columnistas brillantes: Vicente Álvarez y Manolo Calleja. El uno, vuela alto con su pavana diaria, demostrando cada día que se puede opinar a carcajadas. Álvarez sabe resumir la opinión pública en dos pinceladas entre líneas mientras los demás necesitan (necesitamos) malgastar párrafos y perífrasis. Es el único capaz de mostrar a Gordillo manejando los hilos de un Juan Vivas de juguete. El humor es invencible.

Manolo Calleja es caso aparte. Además de amigo del que presumir, Calleja pertenece a la nueva generación de ciudadanos con voz propia. Desde sus dos atalayas en la blogosfera de Internet (léanlas en Wordpress, Asimetrías Urbanas y Geografía Subjetiva), Manolo Calleja se ha hecho oír y su voz la leen miles de personas cada día en sus dos blogs, más lectores que votos recaba el PSOE que, contra toda lógica, lo expulsó de sus filas por disentir de la dirección. Y no leen cualquier cosa. Porque, si Vicente Álvarez es el ejemplo caballa del dardo afilado de Chesterton, Manolo Calleja es un buen heredero del otro Manolo antes citado, ejemplo de quien habla con conocimiento de causa. Un columnista de altura, de esos que sientan cátedra con sabiduría a raudales y sin morderse la lengua.

Calleja es, como Vicente Álvarez, inmejorable ejemplo de lo que ha de ser un columnista, ese ser que ya que se permite el lujo de largarnos lo que opina ha de ser docto, ocurrente, enriquecedor y ameno. Sobre la otra mitad del gremio a la que se refiere el título desde este articulejo, los matones, no me apetece explayarme. Se me revuelve el estómago.

NOTA: Esta humilde loa a quienes miman el noble arte del periodismo de opinión en Ceuta no es sino el resultado de una reflexión serena (un acto que no está al alcance de todos cuando se está en una tribuna) ante una columna furibunda y surreal publicada en mi honor esta semana por Don Manuel de la Torre, ex entrenador de fútbol e inquilino de la contraportada de El Pueblo de Ceuta. Es obvio que el cuerpo me pide sapos y culebras pero pese a que no quiero entrar al trapo sí me siento obligado a aclarar dos cosas. Una: no soy guipuzcoano. Soy de Bilbao. Y ese desliz le puede costar una querella. Y dos: leí la columna en cuestión entre divertido y estupefacto, pero se me encogió el estómago de asco al leer las dos últimas líneas. Es triste, necio, cruel, ignorante, asqueroso, ruin y absurdo utilizar como insulto gratuito la sangre de inocentes derramada por ETA en Euskadi. No puedo, como vasco, como periodista y como persona, dejar pasar un insulto preñado de odio y sinrazón que roza la xenofobia política. Un insulto peligroso que espero (pobre de mí) haya avergonzado profundamente a quienes pagan por columnas así.

publicado en Ceuta al Día.

lunes, 16 de febrero de 2009

De árboles y humanos


Breve ensayo fotográfico sobre lo que debería ser la relación entre árboles y humanos.
Fotografías de J. Sakona. Xaouen 14 febrero 2009

La maldición blanca (Eduardo Galeano)

El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.

Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.

Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.

Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.

Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos. Leer más

Tauromaquia

Toros sí, toros no. Debate (anti)taurino en Ceuta al Día.com

Mirando a la muerte a los ojos

Por Leonardo Campoamor

Hace muchos años, bastantes más de los que me gustaría, cuando no sé ni si levantaba más de un metro del suelo, mi madre me llevó a la plaza de toros portátil que habían instalado en Ceuta durante feria. El motivo era presenciar uno de aquellos carpetovetónicos espectáculos del bombero-torero y sus enanos, o sus bajitos o personas de baja altura, como se diría en el dialecto político-correcto imperante hoy en día. Disfruté de lo lindo con las gansadas del grupo, como era normal en un niño de primera infancia y pocas entendederas, pero sin embargo, cuando el número humorístico dejó paso a una simple novillada, mi señora madre tuvo que coger a su retoño, y retirarse de la plaza. ¿El motivo? Cuando era pequeño las corridas de toros me hacían llorar como una magdalena. Un torrente sin fin de lágrimas brotaban en cuanto el astado aparecía por toriles, y estoy casi convencido de que la exposición directa a un festejo taurino en vivo y en directo y en su totalidad hubiese acabado conmigo como la kriptonita verde con Kal-El.

Sin embargo, con el paso de los años algo cambió, y aunque no es que me haya convertido en un furibundo seguidor taurino, sí he aprendido a apreciar y disfrutar de la tauromaquia. El motivo de mi mutación es sencillo, y se deba a un mero desarrollo mental, que separa al yo adulto del yo niño, la simple y a veces tan denostada capacidad de analizar, pensar y comprender.

Porque aunque sigo sin soportar el maltrato a los animales, he aprendido a discernir conceptos básicos que por desgracia para muchos siguen ocultos en no sé qué extraña y profunda sima del conocimiento. Un ejemplo. No apruebo ni respaldo las peleas de gallos, perros, avutardas o cualquier animalejo al que se obligue a luchar a muerte hasta la extenuación para el disfrute de un público. Porque los animales, al contrario que por ejemplo los boxeadores, no cuentan con un punto seguro en el cual el combate se da por finalizado, sino que se emplean como su naturaleza les dicta hasta las últimas consecuencias, sin capacidad de decidir o elegir por parte de ninguno de los participantes. En el toreo, en cambio, se introduce una variable definitiva, sustancial y trascendente que es la que valida moral y socialmente la fiesta, la que la recubre del aura de misticismo y heroicidad de la que goza desde hace siglos, que la convierte en un espectáculo sin igual en el mundo. Y es que en una corrida, el toro seguramente acabe hincando la rodilla en el albero y rezumando sangre por la boca, cierto, pero es que en esa misma plaza, en ese mismo ruedo, un hombre se juega la vida frente al animal. Cada tarde el torero mira sin temor a las puertas del cielo, llama con fiereza apretando la aldaba, para finalmente con desplante y chulería girar sobre sus tobillos, decir “hasta otra” a San Pedro, y prepararse para recibir los vítores de la afición.

Y es precisamente ese sacrificio, el dejar la vida aparcada durante unas horas en el ropero de la plaza, lo que magnifica la fiesta, lo que permite que lo que en otras condiciones sería efectivamente un espectáculo bochornoso se convierta en una manifestación de la más sublime capacidad del ser humano, en un símbolo del dominio del hombre sobre la naturaleza, en el enfrentamiento final entre la fuerza y la inteligencia, en una de las pocas demostraciones reales de coraje y valentía que quedan en este mundo adocenado, servil y rastrero, como entendió por ejemplo el gran Hemingway.

Por eso hay que decir que sí al toreo, por eso hay que defender la fiesta más allá de otros motivos como la más que presumible extinción del toro de lidia. Porque además, también sufren los patos a los que se les hincha el hígado hasta estallar o los cerdos a los que se desangra para hacer morcillas, y no veo recogidas de firmas por la calle para que en Ceuta se prohiba la venta de foie-grass, aunque mejor me callo y no doy más ideas, vaya a ser que alguien se lo tome en serio.

Otra cosa bien distinta es que Ceuta necesite ahora una corrida. Algo muy diferente es que con la cantidad de problemas a los que se enfrenta esta ciudad, el Gobierno local apuesta por el pan y el circo para calmar a la muchedumbre. Eso sí es criticable, eso sí es pernicioso. Porque además, Ceuta tiene categoría e historia como para contar con un coso propio, y no con una mísera plaza portátil. Más con los sistemas actuales, que permiten que las plazas de toros puedan destinarse a miles de usos con el planteamiento y el desarrollo adecuado, como demuestra el magnífico ejemplo de San Sebastián. Toros en Ceuta, sí, pero con dignidad, en la forma adecuada, y cuando sea conveniente.

Lo demás son zarandajas y cantos de sirena. Porque la defensa ciega de la vida de un animal en una lucha en la que el hombre también se la juega, lo único que demuestra es el desprecio que sienten muchos por la vida humana.


Matando toros con dinero público

por Javier Sakona

Sólo faltaban las corridas de toros para perfeccionar la Ceuta berlanguiana de vicarios, comandantes y alcaldes bajo palio. La Ciudad, a iniciativa de un arranque por chicuelinas de Mabel Deu, se plantea desandar el camino y recuperar una tradición olvidada en Ceuta. Y con dinero público, claro. Todo sea por verse en el palco de autoridades con mantilla y abanico. Aunque sea a costa de la muerte brutal e innecesaria de un animal convertida en un espectáculo sanguinolento y depravado cuyo único fin es la taquilla, olvídense de la tradición y el arte.

Vayamos por partes. La Tradición. Esa presunta costumbre que se transmite de generación en generación con el único fin de preservarla y que sirve como excusa perfecta para perpetuar un sinfín de fiestas que chocan con nuestra siempre supuesta civilización. Un argumento voraz que no es aplicable al caso de Ceuta donde hace ya mucho tiempo que desapareció cualquier afición por la Fiesta. Hasta la plaza de toros acabó engullida por la maleza y las viviendas ilegales, que es la maleza urbanística que generan el olvido y la pobreza. ¿Dónde están los aficionados? No oigo el clamor popular gritando olés. Apenas unas horas después del anuncio nacía una plataforma antitaurina que en apenas un día recabó mil firmas de ciudadanos contrarios a que se maten toros en una plaza portátil. En cambio no he oído apenas voces a favor.

Resucitar una tradición muerta por inanición, que además supone la muerte gratuita de un animal previo pago de una entrada, es además de cruel innecesario. Una fuerte maquinaria empresarial, anclada en la tradición latifundista andaluza, mantiene vivo un espectáculo despreciado por la gente civilizada de todo el mundo, pero que en Ceuta, además, se piensa pagar con dinero público. Con mi dinero piensan sufragar la muerte lenta de un animal drogado y torturado por un tipo vestido con unas mallas rosas con bordados de oro. Soy consciente de la belleza del espectáculo, de la fuerza de un arte primigenio y salvaje. Pero la muerte de un ser vivo es un precio inconcebible para cualquier tradición y mucho menos para un espectáculo. Y mucho menos aún con dinero público y, como estocada, con presupuestos destinados a la cultura. La muerte no es cultura, Mabel.

No hay que olvidar que la propuesta llega desde la Consejería de Cultura, lo cual resulta obsceno en el erial cultural que es Ceuta. Una ciudad que apenas disfruta de una docena de espectáculos teatrales de medio pelo y un puñado de conciertos concentrados en un par de semanas de verano no puede permitirse la inmoralidad económica y ecológica de sufragar con dinero público una corrida de toros haciéndola pasar por cultura. Y si obsceno resulta el planteamiento, la explicación resulta ridícula. Y es que según explicó Mabel Deu, lo atractivo de la idea es su precio, entre los 20.000 y los 40.000 euros, un precio asequible. Entre 20.000 y 40.000 euros. ¿Asequible? No para los seis toros que van a morir. Un solo céntimo de dinero público destinado a matar un ser vivo ya debería ser, al menos, motivo para una condena de inhabilitación.

Me entrarían ganas de vomitar si una iniciativa privada organiza una corrida de toros en Ceuta por su cuenta y riesgo... pero habría de aguantarme. Lamentablemente no están prohibidas. Pero si es cierto que somos las personas civilizadas que decimos ser, no podemos, no debemos, permitir que vuelvan a matar toros para divertirse. Y menos con nuestro dinero.