jueves, 23 de julio de 2009

Los sociólogos silvestres

Capítulo 1. Nacimiento de la Sociología Silvestre
Miroslav Sakonovsky (Affeltrangen, Suiza, 1959) miró fijamente a los ojos de la matrona, su matrona. Tenía 45 segundos de vida a este lado de la vulva de su madre.
-Es muy observador- observó la señora Friedman- pero no llora por más que lo azoto. Está seriote.
Miroslav miró a su alrededor en la medida de las posibilidades de su cuello recién estrenado. Sus ojitos grises parecían dibujar un pensamiento deshilachado. Respiró hondo, como probando la capacidad de sus torpes pulmones y, tres minutos largos después de nacer, lloró, lacio y a regañadientes, pero lloró.
Su actitud ante la vida no varió demasiado en sus primeros años de vida. Miroslav fue un misterio silencioso incluso para su familia. Muchas noches sus padres, Miroslav y Katrina Marie, debían buscarlo a gritos por el barrio, una hilera de casas grises (también en Suiza hay casas grises) a la sombra de la fábrica de botones Steiff. Miroslav tenía la inquietante costumbre de espiar a los vecinos... en sus propias narices. Más de uno tenía un miedo cerval a aquel niño garabateado que se plantaba ante su cama con ojos escrutadores, en silencio y como patidifuso. El tiempo y varias tundas recibidas durante sus primeros pinitos científicos recondujeron la situación y Miroslav logró disimular su peculiar inteligencia durante los años de escuela. Años por otra parte aciagos aunque necesarios.
Un lunes de primavera (especialmente luminosa en el cantón de Turgovia) a la edad de doce años, Miroslav Sakonovsky olvidó ir a la escuela. Nadie pareció advertirlo hasta que su madre regresó del trabajo. Después de darle dos collejas, tres patadas en las espinillas y un tirón de orejas, Katrina se alisó el delantal, se ajustó el moño, salió al gallinero a recolectar los huevos para la cena y nunca más habló del asunto. Miroslav aguantó el temporal como todo en la vida, en silencio y con la mirada clavada en el horizonte.
Pocos días después Miroslav empezó a trabajar con el tío Fiedrich, bibliotecario municipal. Ya que no iba al colegio al menos estaría cerca de los libros toda su vida, pensó su madre. Su padre asintió. Su trabajo consistía en acarrear y desempolvar volúmenes que nadie leía. Nadie al menos hasta que Sakonovsky llegó al sótano de la biblioteca de Affeltrangen. Una cueva alicatada de viejos libros que se convertiría en la casa de Miroslav, que ya al cuarto díá de trabajo en la biblioteca olvidó regresar a casa. Nunca más volvería, salvo para comer los domingos.
Allí en el sótano de la Affeltrangen Die Bibliothek conoció al profesor Harris. Se lo encontró una tarde de viernes, dormido sobre un grueso (y discutible) volumen de antropología. Sakonovski zarandeó al intruso agarrándolo por el cuello de su grueso abrigo de cabritillo. Olía a perfume de mujer, probablemente francés como todos los perfumes, pero Miroslav sólo tenía catorce años y la perfumería no era su fuerte, prefería a Voltaite. La mata de pelo rizado, disparada en todas las direcciones, se giró lentamente y unos ojos brillaron aturdidos. Se miraron fijamente durante largo rato. Y así siguieron, en diferentes posturas durante el resto de la tarde y buena parte de la noche hasta que el intruso dijo: soy el profesor Harris, Auguste Harris.
-¿Profesor?
- Sí, bueno, no.
Miroslav pestañeó con paciencia esperando una aclaración.
-Soy sociólogo, dijo al fin Harris
-¿Sociólogo?
- Sí, bueno, sociólogo silvestre.
- Silvestre..., paladeó Miroslav sin saber que estaba asistiendo al nacimiento de una nueva ciencia.

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