sábado, 25 de julio de 2009

Los sociólogos silvestres (2)

Capítulo 2. Los orígenes del Profesor Harris
Auguste Harris era, pese a su sonoro apellido, de Santander, esa teatral ciudad española de cartón piedra. De Santander de toda la vida, gustaba de repetir a Auguste, nunca se supo si con orgullo o con sorna. Muy cerca de lo que hoy es el Banco de Santander, cerca del mar, nació Auguste en 1929, treinta años antes que Miroslav Sakonovsky. Auguste creció entre algodones en una familia sencilla pero acomodada. Él, Harry Harris, ingeniero inglés de poca monta empleado en el consistorio santanderino gracias a sus sufridas amistades; ella, María del Carmen Pedreña, una bella campesina soñadora e inquieta. Auguste heredó la planta británica de su padre y ese espíritu vagabundo que su madre no se atrevió a poner en práctica. Dos cualidades, la apostura y la bohemia que pronto sedujeron al joven Sakonovsky tras aquel inesperado encuentro en las entrañas de la Affeltrangen Die Bibliothek.
Auguste pronto destacó tanto en sus buenas calificaciones escolares como en su desidia frente a los estudios, que sacaba adelante sin esfuerzo ni interés. Era un genio supino, fuera de control, parecía saberlo todo, conocerlo todo de antemano, salvo su genialidad. Pero todo cambio en la adolescencia: a la genialidad se le sumó la rebeldía.
Un cambio de actitud que se reveló fatal. A Los 14 años, la misma edad que tenía Miroslav Sakonovsky cuando se conocieron, los padres decidieron internar a su hijo en la isla de Pedrosa después de que un impertérrito Auguste entrara en la Catedral blandiendo "El origen de las especies" de Darwin para estampárselo en las narices al obispo. La ocurrencia anticlerical de Auguste Harris corrió de boca en boca por el Santander de 1943, tierra quemada tras el paso de las tropas franquistas. Los padres de Auguste decidieron actuar antes de que lincharan a su hijo por rojo.
Las aguas parecieron volver a la calma en el sanatorio de la isla de Pedrosa pero la víspera de su dieciséis cumpleaños, Auguste prendió fuego al ala norte. Las llamas, alentadas por el cierzo, devoraron la biblioteca. Sólo se salvó un libro: El Origen de las Especies.
-Era el único que merecía la pena, musitó Harris como única explicación.
Los padres de Auguste decidieron dilapidar la herencia para intentar sanar a su hijo. Vendieron la casa, que con los años serviría para dar cabida a una ampliación del Banco de Santander, y enviaron a su hijo a un sanatorio en las cumbres suizas, humilde (pese a su condición helvética) pero de inmejorable reputación en casos de desviaciones del comportamiento: el Das Medizinkrankenhaus de Affeltrangen. El aire frio de los Alpes despeja la cabeza, les recomendaron.
Un idioma extraño y una maravillosa biblioteca fueron construyendo al profesor Harris. En algo acertaron los padres de Auguste, los aires nuevos de Suiza le hicieron olvidar la rebeldía; los días mansos y las mañanas frías; las calles silenciosas y las noches largas y vacías le volcaron en los libros. Motivo suficiente para que un año después de su ingreso le concedieran el tercer grado hasta 1950, año en que Harris alcanzó la mayoría de edad y con ella la libertad
Harris pronto se hizo un hueco en la pueblerina sociedad de Affeltrangen. Su estatura, su espalda recta como un jinete, sus rizos disparados en todas las direcciones, su extraño acento hispano y su inagotable cultura le hicieron deseable entre las mujeres del lugar y un rival inesperado para los briosos mozos suizos. Aunque Harris, educado y atento, no parecía mostrar demasiado interés por sus admiradoras.
Katerina Müller fue la elegida. O la electora. Katerina se acercó al joven Harris una noche de primavera. ¿Me acompañas a casa? Era 1952, Auguste tenía 23 años y no olvidó nunca aquella noche del 23 de junio en la que en su tierra ardían las hogueras de la romería de San Juan y a él le ardió el corazón en un sofocante pajar a las afueras de Affeltrangen.
Katerina y Auguste se casaron el mismo 23 de junio dos años más tarde. Los casó el padre de Katerina, pastor protestante y potentado ganadero con más de un millar de vacas frisonas a cada cual más lustrosa. Auguste fue, como diría años más tarde, serenamente feliz: cerveza, días largos y apacibles como domingos. No tuvieron hijos, tampoco se les oyó lamentarse por ello. Todo parecía haberse encarrilado en la vida del profesor Harris hasta que en 1973, el primer autobús de línea que unía Affeltrangen con Foechtrasse se empotró contra la biblioteca municipal. Lo último que esperaban Katerina y Auguste al salir de la biblioteca era aquel mastodonte con ruedas que se les abalanzaba. Ella murió en el acto. Él estuvo varios años magullado.
Auguste Harris lloró durante tres largos años. Un viernes de enero de 1973 se enjugó las lágrimas y salió de nuevo a la calle enfilando la avenida rumbo a la biblioteca de Affeltrangen. No lo sabía, pero estaba a punto de escoger un nuevo camino.

1 comentario:

Schwejk dijo...

El público (ejem) reclama una tercera entrega.