martes, 12 de mayo de 2009

Athletic

Quedan 24 horas para volver a jugar una final 24 años después. Y una angustia dulce, embriagadora, me tiene en vilo. ¿Dónde se esconde el secreto de esta emoción? No soy un adicto al fútbol, mucho menos un hooligan; recuerdo haber estado apenas un par de veces en San Mamés...

El Athletic (Club de Bilbao) me acompaña desde que tengo uso de razón. Llegas a entenderlo como un rasgo característico del bilbaíno, uno más, como el acento, como el sirimiri, como los dinosaurios de acero. Se impregna en nuestra piel y se cuela en el flujo sanguíneo, sin posibilidad de escapatoria.

Por definición, por genética, o tal vez sólo por tradición (que no es poco) el bilbaíno y el Athletic se retroalimentan de la tozudez, la osadía, la bravuconería sana y temeraria que han hecho de Bilbao lo que es (que no es poco) pariendo un equipo singular, peculiar, imposible y tenaz. Durante 111 años, el Athletic Club ha logrado forjarse una leyenda, una personalidad indiscutible cimentada en la garra, la entrega y la fe, futbolísticamente discutible, cierto, pero casi poético.

El Athletic nació en medio de la calma tras la tormenta de la revolución industrial. Y su peculiar filosofía es hija de la bravuconería y no del nacionalismo. Me explico. En el Athletic sólo juegan futbolistas vascos (o hijos y nietos de vascos y cachorros de la cantera, etc.) espero sus orígenes fueron bien distintos. Unos ingenieros ingleses trajeron consigo un juego nuevo que llamaban fútbol y ellos plantaron en la villa bilbaína, borracha de modernidad, decimonónica, la semilla de una pasión. Así nació el primer Athletic que ya como Club jugaba en 1900 formado por jugadores locales, además de jugadores ingleses residentes en Bilbao, al igual que el resto los equipos españoles de la época. Pero, paradojas de la historia, fue el Athletic, allá por 1909, el que abrió fuego y fichó jugadores extranjeros, ingleses claro, un ejemplo que secundó la Real Sociedad de San Sebastián. Pero en la Liga de 1911 sólo el Athletic logró fichar jugadores británicos y surgieron las protestas y la polémica dominó aquel campeonato de liga. Y he aquí el gen que distingue al Athletic: herido en el orgullo el club bilbaíno decidió que en adelante sólo jugarían en el Club futbolistas vascos. Y hasta hoy.

Pero aunque el vendaval de la historia no ha tumbado, ni mucho menos, al Athletic, el orgullo rojiblanco es ya quijotesco. En 1990, 92 años después de su nacimiento, el fútbol dio un vuelco que a punto ha estado de hundir al Athletic y aún hoy es un reto liga a liga. Aquel año, un desconocido jugador belga demandó libertad para fichar por un club francés como profesional europeo forzando a la UEFA a adaptarse al derecho comunitario. Y se abrieron las puertas, eliminado para siempre el límite en el acceso de los jugadores extranjeros. Luego llegaron las nacionalizaciones y luego los cheques, el estadio global... En todo este tiempo, salvo contadas alegrías, el Athletic ha luchado contra el huracán del fútbol moderno tirando de instinto. Hoy vuelve a una final. Y se la juega contra uno de los mejores equipos del mundo. Contra corriente. Contra la lógica. Contra todo pronóstico.

La historia del Athletic no juega, ya quisiera, pero hoy Zarra, Pichichi, Gainza, Iriondo, Dani, Argote, Goikoetxea, Endika, Zubizarreta, Sarabia... estarán en Mestalla. Y ellos saben que las finales no se juegan. Se ganan.


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