lunes, 5 de enero de 2009

Tres veces santa (tres veces maldita)

Manifestación en protesta por ataque de Israel. Ceuta 2 de enero de 2009
Foto: Javier Sakona 2009

Llevan, llevamos, miles de años peleando por una tierra tres veces santa, tres veces maldita. Una coartada divina que alimenta el semillero de odio que es Jerusalén y ese laberinto que la rodea y que se extiende por ese totum revolutum que llamamos Oriente Medio. Un odio que el sionismo y el fanatismo islamista se encargan de avivar condenando a los palestinos a ser rehenes eternos.

Un odio larvado que resulta mucho más rentable tras el muro de Israel, a buen recaudo en ese oasis pseudo occidental bajo la jurisdicción de Yahvé, no tan diferente (en lo estrictamente político) de otros estados teocráticos como Irán o el Afganistán de los talibanes. Israel es un estado nacido de la nada en 1948 bajo la tutela de EE.UU. y que desde entonces viene saltándose la Convención de Ginebra y toda la legislación internacional ampliando su territorio a costa de sus vecinos mediante operaciones militares sobre la población civil y salvaguardando el desequilibrio en la zona mediante el terrorismo de Estado. Una guerra sucia que viene practicando desde que Palestina era una colonia británica allá por los años veinte del pasado siglo y que ha perfeccionado como Estado hasta límites escalofriantes siempre bajo el estandarte de la guerra preventiva en defensa propia. El mismo estandarte que le ha servido para no respetar el tratado de alto el fuego firmado con Fatah en 2006 endureciendo un bloqueo que mantiene aislada a Gaza desde hace más de un año, estrangulando a más de un millón y medio de personas atrapadas en el fuego cruzado que ha segado la vida de centenares de civiles, muchos de ellos niños. Y todo con el beneplácito de la Administración Bush y el silencio cómplice de la Unión Europea y las Naciones Unidas, que ven como el pueblo palestino muere de hambre y miedo bajo las bombas de los F16. Bombas que caen sobre mezquitas, sobre hospitales, prisiones, escuelas, edificios públicos, viviendas… Crímenes de guerra que lleva 60 años cometiendo impunemente. Con el agravante de que todo se ha precipitado a poco más de un mes de las elecciones en Israel. Y es que el odio es rentable en la Tierra Prometida.

Y al otro lado del muro que separa el infierno de Alá del paraíso de Yahvé, el hambre y el odio antisemita campan a sus anchas en esa franja de miseria que es Gaza. Hamás, el partido de fanáticos barbudos que se convirtió en un Estado paralelo antes de alcanzar el poder en 2006, cambia hambre por armamento y se parapeta tras el pueblo al que dice defender. Armados con ejemplares del Corán y misiles de juguete en comparación con el devastador ejército hebreo, los fanáticos suicidas de Hamás se han propuesto inmolarse como pueblo para conseguir un imposible: recuperar Jerusalén a costa incluso de los palestinos.

Esta guerra es culpa de Hamás, dice Israel, culpable de que exista Hamás. Un círculo asesino que se cierra sobre sí mismo estrangulando al pueblo palestino en nombre de la defensa propia o por mandato divino. Y mientras, Naciones Unidas celebra los 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Permítanme que no me aguante las ganas de cagarme en Dios.

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